El antropófago venezolano
Dorangel o Dorancel Vargas no sonaba precisamente arrepentido cuando declaró: “
claro,
como gente. Cualquiera puede hacerlo, pero hay que lavarla bien y
condimentarla bastante para evitar enfermedades… sólo me como las partes
con músculos, particularmente los muslos y las pantorrillas. Con la
lengua hago un guiso muy rico y los ojos los utilizo para hacer una sopa
nutritiva y saludable”.
No comía manos, pies o testículos y prefería los hombres a las
mujeres porque aseguraba que el sabor era más recio y sabroso. Tampoco
comía hombres gordos porque “
tenían demasiado colesterol”.
Confesó por iniciativa propia y hubo muchas dudas sobre si estaba
inventándose sus crímenes, pero el hallazgo de restos humanos en su casa
y en los alrededores no parecía dejar lugar a dudas. Para poder operar y
cocinar con tranquilidad, improvisó un matadero y una cocina debajo de
un puente.
Conozcamos un poco más del “
comegente de los Andes”.
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En la década del 90, Venezuela se estremeció ante la presencia de un
demente que se comía a sus víctimas. Rápidamente popularizado por la
prensa, ya que era el primer asesino serial de la nación, Dorancel
Vargas Gómez, que pasó de un simple vagabundo a convertirse en un
monstruo, es conocido hasta el día de hoy como “
el comegente” o “
el Hannibal Lecter de los Andes”. Cabe resaltar que debido a un error tipográfico de la prensa su nombre fue cambiado a Dorángel.
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Naturaleza caníbal
Dorancel Vargas Gómez nació en la región de Caño Zancudo del estado
de Mérida, Venezuela, el 14 de mayo de 1957, proveniente de una familia
dedicada a la agricultura. Los escasos recursos económicos de su hogar
lo obligaron a dejar los estudios cuando cursaba los últimos años de la
escuela primaria. A raíz de esto, cambió sus actividades de granjero por
la vida de ladrón. Durante ese tiempo fue encarcelado por delitos
menores como robo de gallinas y ganado. Sin embargo su primera detención
de gravedad no fue hasta años después.
En 1995 fue arrestado gracias a la denuncia de Antonio López
Guerrero, un amigo de Cruz Baltazar Moreno, quien sirvió de almuerzo a
Vargas, y de quien solo sobraron sus pies y manos. Tras ser detenido,
Vargas fue internado en el Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica de
Peribeca. Después de 2 años de tratamiento fue liberado una vez que la
evaluación psicológica confirmó que no era una amenaza. No obstante
Dorancel no recibió ningún tratamiento para su enfermedad mental, y su
familia no pudo prestarle el apoyo necesario. Así el comegente huyó de
su casa para visitar a la persona que lo denunció, Antonio López,
después de comérselo se trasladó a la ciudad de San Cristóbal en el
estado de Táchira, donde aparentemente llevó una vida normal como
vagabundo.
Al vivir en las calles mendigando, la policía pronto perdió su
rastro, y Dorancel pasaba sus días merodeando por los márgenes del río
Torbes, también en las cercanías del parque 12 de Febrero, con su
compañero de celda Manuel.
Al parecer el comegente construyó una rústica casa en un rancho
abandonado, lugar donde se dedicó a sazonar a sus víctimas, aunque
prefería dormir en un estrecho túnel bajo el puente Libertador. Es en
este sector donde Dorancel hace amistad con los pueblerinos del área. Su
siguiente víctima fue Manuel, su amigo y compañero de la cárcel, a
quien cocinó en deliciosas empanadas, de acuerdo al testimonio de las
personas que lo comieron sin saberlo. Cuando los oficiales le
preguntaron por qué lo mató, Dorancel respondió: “como era tan buena
persona seguro tenía que estar bien sabroso”. A partir de noviembre de
1998 el “Hannibal Lecter de los Andes” comenzó a matar personas cada
semana.
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Cazar y comer
Dorancel permanecía cerca de la orilla del rio Torbes, donde cazaba
obreros y deportistas que habitaban o trabajaban en el sector. Cuando
sus víctimas estaban desprevenidas, el comegente los atacaba con un tubo
metálico de más de un metro de largo.
Pudo haber asesinado y comido al menos 40 personas.
Dorancel proseguía a descuartizarlos bajo el puente Libertador,
guardaba las partes que él se comía y tiraba las manos, pies y cabezas
en el monte camino a la granja abandonada donde los cocinaba. Los
familiares de las víctimas pronto fueron a la policía para denunciar a
los desaparecidos, pero los oficiales no pudieron hallar relación entre
las víctimas, excepto que muchos de ellos eran hombres adultos.
Debido a su pobreza, el comegente no contaba con una nevera para
guardar la carne por lo que mataba a 2 personas por semana para no
padecer hambre. Pronto la policía local fue asediada con reportes y
denuncias de familiares y amigos de los desaparecidos. Los oficiales
comenzaron a sospechar de los indigentes del sector. Cuando descubrieron
la presencia de Dorancel en la región próxima, este se convirtió en el
principal sospechoso por sus antecedentes penales y mentales.
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El 12 de febrero de 1999, un miembro de la Defensa Civil atendió una
llamada de emergencia hecha por dos jóvenes que decían haber encontrado
ollas con restos humanos en el parque 12 de Febrero. Los oficiales
acudieron rápidamente al sector y hallaron restos de manos, pies y
cabezas, acrecentando la lista de muertos con 6 cadáveres más. Debido al
estado de descomposición los miembros fueron trasladados de inmediato a
la morgue del cementerio Municipal: “El Vigía” del estado de Mérida.
Los investigadores especulaban teorías sobre los cuerpos, creyendo al
principio que habían sido liquidados por ajustes de cuentas entre
narcotraficantes. También se pensaba que era el ritual de alguna secta
satánica. Finalmente los datos se unieron a los reportes de personas
desaparecidas desde noviembre de 1998 y pronto se dieron cuenta de que
estaban tratando con un asesino en serie, el primero de Venezuela.
La policía empezó a rastrear las cercanías del puente en busca de más
cuerpos y así se tropezaron con el rancho de un demente. Tras
investigarlo descubrieron varios objetos, ropas, libros, cuadernos y
documentos cuyo origen el dueño de la granja no pudo justificar. Cuando
revisaron la cocina de la pequeña choza, encontraron en los recipientes
carne y vísceras de personas preparadas para el consumo, además se
tropezaron con 3 cabezas humanas, también varias manos y pies. Su
propietario, Dorancel Vargas Gómez, fue arrestado y escoltado por el
Cuerpo Técnico de la Policía Judicial y la Policía Montada, quienes lo
trasladaron a la comisaría más cercana donde fue interrogado. Para
sorpresa del sargento Gumersindo Chacón, el comegente narró sin
remordimiento todas sus fechorías.
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Cocinando personas
En la comisaría Dorancel Vargas, de 42 años, confesó que tras vivir
bajo el puente por 11 años, se alimentó de personas que descuartizaba
para después cocinarlas en rústicas ollas. “El Hannibal Lecter de los
Andes” aseguró haberse comido a 10 personas en un periodo de 2 años, sin
embargo la lista de personas desaparecidas y los restos encontrados
sugieren que el número puede ascender hasta 40 víctimas. Gracias a la
evaluación psiquiátrica realizada, se descubrió que este asesino en
serie llevó a cabo sus atroces actos debido a su enfermedad mental.
Demostró tener preferencias para sus víctimas los cuales eran hombres
entre 30 y 40 años, pero jamás comía niños y mujeres.
Durante la declaración de sus actividades a la policía, el comegente
dio todos los detalles de su modus operandi. Tras dejar inconscientes a
sus víctimas Dorancel les cortaba la cabeza, pies, manos y genitales
externos, pero también dijo: “Cuando más apuraba el hambre hacía una
sopita con ellos”.
El comegente afirmó que le gustaba más
alimentarse de hombres diciendo: “estos son más sabrosos, saben recio
como cochino salado, como jamón, da gusto comer un buen macho, las
mujeres son dulces, es como comer flores y te dejan el estomago flojo,
como si no hubieses comido”. Estupefactos, los oficiales continuaron
escuchando el testimonio del caníbal, quien explicó que los hombres
delgados tenían mejor sabor que las mujeres y que lo más delicioso se
encontraba en la zona del vientre, carne que cocinaba con hierbas
exóticas. El demente caníbal dijo que con la lengua puede hacer un
guisado muy bueno y que los ojos son buenos ingredientes para hacer una
sopa. El escritor Sinar Alvarado descubrió que Dorancel era atormentado
por lo que él llamaba espíritus que no lo dejan dormir e incluso vienen a
molestarlo.
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Cuando los oficiales le preguntaron por qué se comió a la gente,
Dorancel respondió: “No me arrepiento de nada, como dice la iglesia, yo
compartí mi pan con el prójimo y muchos me alabaron por el relleno de
mis empanadas. Por necesidad me he metido en esta vaina. No me
arrepiento, al contrario, me alegro porque me gusta la carne. Lo único
que no me da apetito son las cabezas, manos y pies de los seres humanos,
pero me los comía en una sopita cuando me daba hambre”. Pronto la
prensa hizo un espectáculo sobre el comegente, es así que Sinar Alvarado
escribió un libro sobre la vida del asesino: “Retrato de un caníbal”.
En el 2004 se entrevistó con el comegente, éste le preguntó: “¿Usted ha
comido peras?, es igual, claro que como gente, cualquiera puede hacerlo,
pero hay que lavarla bien y condimentarla bastante para evitar el
contagio de enfermedades… y sólo me como las partes con músculos,
particularmente los muslos y las pantorrillas”.
Finalmente los habitantes del sector exigieron a la comisaría que
trasladen al comegente a San Cristóbal, la capital del estado. Pero los
convictos de la cárcel de Santa Ana protestaron tano como los enfermos
mentales del Centro de Rehabilitación Mental de Peribeca -quienes no
estaban tan dementes para querer compartir el espacio con un caníbal.
Hoy en día Dorancel Vargas Gómez permanece encerrado en una celda de
la Dirección de Seguridad y Orden Público del Estado de Táchira, donde
pasa los días fumando e imaginándose suculentas recetas. El autor de la
novela ganó el Premio de Periodismo de Investigación en el 2005, por su
reportaje para la revista “El Gatopardo”. La policía teme que aparezcan
imitadores del comegente, y están atentos a crímenes de la misma índole.